Fernandito era un muchacho
huichol de Ocota, Jalisco.
A Fernando no le gustaba
obedecer a sus padres ni a sus abuelos; en general se sentía muy molesto cuando
lo enviaban a realizar alguna tarea en el campo o en la casa.
Le gustaba hacer tablas
votivas, ojos de dios, y jícaras decoradas con chaquira, pero carecía de
paciencia y muchas veces dejaba sus trabajos a medias.
Los dioses, que lo
observaban desde el Cielo, estaban enojados por la falta de respeto que
Fernando tenía para la religión y para las deidades.
En especial el dios Tatevari
le tenía inquina por su mal comportamiento.
Tatevari, quien era el
protector de los indios huicholes y la deidad máxima del panteón, se encontraba
muy molesto con el muchachito.
En una ocasión, el tata de
Fernando le ordenó que fuese a acarrear leña al monte cercano para encender el
horno que les permitiría “quemar” unas piezas de cerámica que la madre del
joven deseaba ir a vender a la feria anual del cercano pueblo mestizo.
Fernando se negó a ir,
alegando que estaba muy ocupado pegando en la cera de Campeche la chaquira
sobre una serpiente de madera que estaba haciendo. Le retobó al padre y le dio
un fuerte empujón.
Tatevari, que le estaba
viendo, furioso ante tal irrespetuosidad, decidió castigarlo y le mandó la
famosa “enfermedad de Tatevari” la más horrorosa y temida por los huicholes, la
cual ocasiona que las personas se quemen por dentro.
Pasado un rato, cuando los
padres de Fernando se dieron cuenta de que se estaba quemando y aullaba de
dolor, lo llevaron en seguida al mara’akáme, el curandero del pueblo, a ver si
le podía curar.
El curandero procedió a
llevar a cabo el procedimiento de “chupar” al enfermo en el abdomen, donde
colocó su boca sin tocarle la piel.
Don Manuel se proponía
extraerle los “carbones” que sabía que el dios Tatevari había introducido en su
interior con el fin de matarlo.
Succionó todo lo que pudo y
logró escupir algunos de los carbones que entregó a los padres como debía ser,
pero no logró sacarle todos, puesto que el dios no deseaba perdonarle le vida.
Dos días después de la
fracasada curación, Fernandito moría entre terribles quemazones en el interior
del cuerpo.
Tatevari le había castigado
para ejemplo de los niños desobedientes y malos hijos.
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