Cuenta una leyenda
otomí del Estado de México que cerca de San Miguel Ameyalco existían dos
manantiales de hermosa agua cristalina.
En uno de ellos vivía
una bella Sirena; en el otro habitaba un Sireno. Ambos se querían mucho y
pasaban la mayor parte del tiempo juntos, bien fuera en un manantial o en otro.
No vivían juntos porque
les gustaba tener privacidad. Pero un nefasto día la hermosa Sirena se murió
por causas desconocidas y el Sireno se quedó solo muy acongojado y triste
sin su pareja y con ganas de tener una nueva.
En cierta ocasión una
muchacha que estaba a punto de casarse, se fue a lavar las manos al manantial
del Sireno, pues se había ensuciado con una fruta que comía por el campo
mientras se paseaba para calmar los nervios que le producía su cercano enlace.
Cuando metió las manos
al agua vio una pequeña tinaja que contenía monedas de oro, collares, aretes,
brazaletes, anillos y muchas joyas también de oro, acompañadas de bellos
listones de todos los colores para adornarse el cabello.
Al ver esa maravilla de
joyas y aderezos, la joven se inclinó más hacia el agua a fin de poder tomar la
tinajita y llevársela, pues ya se imaginaba lo bella que se vería el día de su
matrimonio con tan suntuosas joyas.
Al tomar la tinaja, la
joven desapareció en el agua y nunca se la volvió a ver. El Sireno se la había
llevado para que fuera su nueva pareja.
Con el tiempo a la
muchacha perdió las piernas le salió una cola, y pudo respirar dentro del agua
sin morir, se volvió Sirena.
En el pueblo de San
Juan Ameyalco nunca se volvió a ver a la muchacha. Su novio murió de pena, pero
ella pudo lucir las deslumbrantes joyas con su marido el Sireno.
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