El 13 de Febrero de 1938 una
niña conocida como Olga Camacho Martínez desapareció del frente de su casa
mientras jugaba, en la ciudad de Tijuana, en México.
Grande fue la consternación
de la pequeña población de algo menos de veinte mil habitantes, por lo que se
organizó una desesperada búsqueda que duró sólo un día: su cuerpo fue
encontrado con señales de haber sido golpeado y ultrajado. Grande fue el clamor
popular por hallar al culpable de un crimen tan horrendo.
El sospechoso número uno era
un hombre llamado Juan Castillo Morales, a quien luego de estos incidentes se
conoció como Juan Soldado, quien, según contaron las autoridades, al ser
interrogado se quebró y confesó el crimen en medio del llanto, diciendo que
había actuado bajo los efectos del alcohol.
Su mujer corroboró la
confesión afirmando que su esposo había llegado el día anterior a la casa con
la ropa manchada de sangre y en estado de extrema exaltación. También aseguró
que una semana antes había intentado ultrajar a una sobrina. Sabidas estas
noticias, el pueblo exigió la entrega de Juan Castillo Morales para su
linchamiento.
El jefe de policía local
adujo que Morales era soldado del ejército mexicano, y que su juicio debía ser
llevado a cabo por la justicia militar. El general Contreras, comandante de la
guarnición de Tijuana, aceptó impartir justicia y en juicio sumarísimo encontró
culpable a Morales y lo sentenció a morir por fusilamiento.
Fue ejecutado el 18 de
Febrero. Según algunas versiones, se le habría aplicado la ley de fuga, en la
cual se permite a los condenados intentar huir para luego ser baleados en el
curso del intento de escape.
Sin embargo, el caso estaba
lejos de hallarse cerrado. Las ropas ensangrentadas de Morales nunca
aparecieron. A pesar de que el crimen habría sido cometido a la luz del día, no
había testigos ni del rapto ni del regreso de Morales a su hogar en estado de
ebriedad, más que su mujer. Agentes del FBI de la ciudad de San Diego
investigaron la escena del crimen y encontraron evidencia de que el asesino
usaba zapatos o botas con la figura de un diamante en la suela. Ese tipo de
calzado no encajaba con el que habría usado Morales al momento del hecho. Las
dudas comenzaban a asomar en un asunto que se volvía espinoso.
El correr de las semanas
hizo que la población se replanteará si en realidad Morales había sido el asesino de la niñita. Poco a poco, manos anónimas acercaron flores a su tumba y
se comenzaron a dejar ofrendas y pedidos de intercesión. Juan Castillo Morales
fue desde entonces conocido como Juan Soldado, y se afirmaba que su alma podía
intervenir en casos de injusticia terrenal.
La familia de la niña insistía
en su culpabilidad, pero los rumores en Tijuana aseveraban que el verdadero
asesino había sido un capitán de buena familia, que había sido protegido por
la cúpula militar, la que habría comprado el testimonio de la mujer de Morales.
El caso del asesinato de la
niña Olga Camacho sigue aún abierto a interpretaciones.
En tanto, Juan Soldado
interviene, para sus creyentes, desde la tumba para socorrer a inmigrantes
indocumentados y a aquéllos perseguidos por los tribunales injustamente.
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