Esta historia sucedió en la
Ciudad de México hace aproximadamente cien años. Margarita era una muchacha de
veintiún años de edad emancipada que trabajaba como secretaria en una oficina
de gobierno.
Vivía en el centro de la
ciudad en la Calle de Donceles. Para compartir gastos, se había conseguido una
compañera llamada Delia.
A Margarita le gustaban
mucho las fiestas, y no había semana que no acudiera a dos o tres.
En una ocasión, después de
haberse divertido en una fiesta bailando y bebiendo un poco de alcohol, la
muchacha regresó a su casa cerca de las tres de la mañana.
Entró con sigilo a la
habitación que compartía con Delia, que se encontraba muy oscura, la vio y no
quiso prender la luz para no despertarla. Se puso el pijama y se metió a la
cama.
Todavía en vela, Margarita
escuchó que de la cama de su compañera venían ciertos sonidos que asemejaban
jadeos y pequeños lamentos. No llegó a intrigarse demasiado, pues pensó que los
jadeos se debían a que Delia estaba haciendo el amor con su novio.
Se tapó la cabeza con la
colcha, cuestión de no oír los ruidos, y al poco tiempo se quedó profundamente
dormida.
Al día siguiente, Margarita
se despertó, miró hacia la cama de Delia y vio que aún dormía su compañera. Al
tratar de despertarla se acercó a la cama, levantó las cobijas, y casi se cae
de espalda cuando vio a su amiga muerta sobre un gran charco de sangre. La
muchacha presentaba terribles heridas de garras en la espalda y en el cuello.
Al levantar la cara hacia la
pared Margarita, aterrada, leyó el siguiente letrero escrito por su amiga en su
agonía: -¡Qué suerte tuviste de no haber encendido la luz! ¡Fui violada por el
Diablo!
Margarita del tremendo susto
que llevó perdió parte de su hermoso pelo, y la cara se le arrugó como si
tuviera sesenta años.
Tuvo que ver a un psiquiatra
y estuvo a punto de ser encerrada en un manicomio.
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