miércoles, 27 de enero de 2016

LA MUJER ARRUGADITA



Cuando yo tenía siete años vivía en un pueblo del Estado de México con mi abuelita. Una noche le dije a mi abuela:

– Ahorita vengo, voy a la esquina.

– ¿A qué vas?, ahorita ya no hay nada abierto, ya todo está cerrado.

– Voy con mi tío.

Caminé como cinco minutos. Antes de llegar a la casa de mi tío había un arroyo que le llamaba el Corriente.

Había un puente con unos foquitos que alumbraban el agua que iba corriendo.

Cuando llegué al puente vi a una señora parada.

Llevaba una blusa blanca y el cabello muy largo, le llegaba a la mitad de la espalda.

Me acerqué a ella porque estaba llorando recargada en el barandal, y le dije:

– Oiga, señora, ¿le pasa algo?

Negó con un movimiento de cabeza.

– De veras, mire, si le pasa algo vamos ahí enfrente, ahí vive mi tío, yo la llevó para que se le pase lo que tiene.

Entonces me contestó con la voz de una persona de ochenta años.

El cabello le caía en la cara y no se le veía. Me dijo:

– ¡No!

– De veras, la llevó ahí a la casa de mi tío; o si quiere voy por él. No sé que tenga usted, pero está llorando y le va a dar el frío.

– ¡No! ¡Y vete!, me contestó enojada.

– ¿Ay, señora, todavía de que me estoy preocupando porque usted está ahí parada con el frío que hace y llorando me corre? Pues entonces quédese ahí.

– Es que estás muy chiquita, me respondió.

En eso volteó y le vi su cara arrugadita.

Me espanté mucho y me puse a correr el poquito tramo que me faltaba para llegar a la casa. Llegué tan pálida que mi tío me preguntó:

– ¿Ay, que te pasó?

– Es que ahí afuera hay una señora que está llorando, sola,  me dio lástima y le pregunté que qué tenía. Me dijo que nada que mejor me fuera, que estaba muy chica.

Está bien fea, tío, está bien viejita, muy alta, de espaldas no parece una persona grande.

– Pues ya no sales, me dijo mi tío.

Mi tío y su esposa se asomaron a la calle y vieron que una señora iba caminando arriba del agua del arroyo, al ras del agua, no se le veían los pies, iba como volando.

Toda vestida de blanco y con el pelo largo y muy negro. Se metieron rápido a la casa y cerraron las puertas, para que nadie saliera.

Mi tío me dijo que me iba a acostar con mi prima que era más chica que yo, como de cinco años.

– ¿Qué es lo que viste?, me preguntó mi prima.

– Pues una señora muy fea.

– A ver, dijo mi prima mientras se asomaba a la ventana.

Dio un grito muy fuerte y cayó desmayada sobre la cama que estaba pegada a la ventana, me golpeó porque yo estaba sentada ahí.

– ¿Qué te pasó?, le pregunté.

Mi tío, mi tía y mis primos entraron corriendo al oír el grito. La acostaron, le pusieron alcohol y la reanimaron.

Cuando la niña volvió en sí dijo que cuando se había asomado había visto una cara de mujer llena de sangre.

Al otro día, mientras barrían la parte de la calle que daba a la ventana, encontraron muchas huellas de cruces en la tierra, como si alguien hubiera tirado al aventón muchas cruces y se hubieran quedado marcadas las cruces en la tierra.

No sé que haya sido. Lo único que sé es que la señora pasó por ahí y que mis tíos la vieron flotando, porque ni siquiera iba caminando.

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