Mi nombre es Adelfa, mi
apelativo latino es Nerium Oleander; cada país de este mundo me llama de
diferente forma.
Soy muy bella, nací de un
arbusto alto de seis metros, de hojas estrechamente elípticas. Puedo ser blanca
o rosada según lo desee. Puedo decir que formo parte de la flora de todos los
continentes.
Pero así como soy de hermosa
lo soy de peligrosa, pues en mis componentes químicos poseo elementos activos
que pueden dañar el corazón de las personas y provocarles mucho daño en su
cuerpo.
Puedo decir que por mi culpa
murió Adelita, una dulce jovencita a la que su novio regalaba frecuentemente
grandes ramos de mi persona a insistencia de Imelda, la prima de la niña, que
le decía a Manuel que la adelfa era la flor preferida de su prima.
Imelda estaba locamente
enamorada de Manuel, a quien quería, sin esperanza, desde que era una cría.
En una ocasión, Manuel, el
novio de Adelita, se presentó en su casa como de costumbre llevando un ramo de
rosadas adelfas.
La chica colocó las flores
en su jarrón de cristal, y guardó una para tenerla en la mano mientras
platicaba con Manuel en la terraza de su casa. Imelda los observaba llena de
celos y envidia. Algún día tendría que suceder lo que había esperado por tanto
tiempo. Y ese día llegó.
Emocionada por la plática
amorosa, Adela se llevó a la boca la hermosa flor de mi persona y la mordisqueó
hasta que se la comió toda.
Pasado un cierto tiempo,
Adelita se empezó a sentir mal: el estómago se le descompuso, tenía vómitos y
náusea, sus nervios se descompusieron y pasaba de la agitación nerviosa a la
depresión, tuvo compulsiones, disnea y arritmia, y en un momento dado el
corazón se le paró.
Ante tan tremendo cuadro
nadie supo qué hacer. Cuando los desesperados padres reaccionaron y
llamaron al médico, fue demasiado tarde:
Adelita murió en los brazos
de Manuel y bajo la mirada satisfecha de su prima Imelda, que sonreía
ligeramente satisfecha del resultado de su paciencia.
Todos lloraron a la
jovencita muerta cuando la enterraron en el Panteón Francés de la Ciudad, pues
había sido en vida una chica muy querida por su bondad y dulzura.
Pasados seis meses Imelda y
Manuel se casaron. Como dice el dicho popular: El muerto al hoyo y el vivo al
bollo.
Es por ello que afirmo que
yo Adelfa maté a Adelita, la dulce novia del poco devoto Manuel.
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