En una ocasión un grupo de
niñitos nahuas que habitaban un pueblo localizado en las faldas de La Malinche,
salió a pasear con su maestra. Querían trepar un poquito de esa hermosa montaña
cuyo nombre original es Matlalcuéyetl, Venerable Señora de la Falda Azul, diosa
de la vegetación y esposa del dios Tláloc.
De los quince niños que
formaban el grupo, Jacinto era el más entusiasmado con la excursión, pues era
de índole arrojada y valerosa.
Todos llevaban su itacate
para comer cuando el hambre arreciara. Jacinto llevaba quesadillas de flor de
calabaza que su madre, Agustina, le había preparado en el comal y un poco de
atole agrio que tanto le gustaba.
Los chicos comenzaron a
trepar felices por la montaña, caminaron por dos horas y se sentaron cerca de
una cueva a descansar.
Después, comieron y, pasado
un rato, se pusieron a jugar a las “escondidillas” y a cantar canciones que su
maestra les había enseñado. En un momento dado, Jacinto tuvo ganas de “hacer de
las aguas” y se alejó un poco de sus compañeros hacia un matorral.
En esas estaba cuando de
pronto vio en el cielo un enorme pájaro que se acercaba a donde se encontraba.
Era un pájaro muy extraño.
Al llegar cerca de Jacinto, el pájaro se metió a un “encanto”; es decir, una
cueva que estaba cerca y en donde se refugia y manifiesta la divinidad, las
entidades benéficas o malévolas que guardan a la naturaleza.
Jacinto, curioso como todo
chiquillo, se acercó a la cueva donde se había refugiado el pájaro.
De repente, el Chochohirón,
el espantoso pájaro que muerde como víbora, se lanzó sobre el niño y le propinó
tremenda mordida que le provocó un desmayo.
La maestra y los compañeros
corrieron a auxiliar a Jacinto.
Le llevaron hasta el pueblo
con el médico-curandero, quien enseguida procedió a hacer una
incisión con un vidrio en los orificios dejados por el pájaro, para extraer el
veneno por medio de ventosas; en seguida, aplicó emplastos de plantas y le dio
a beber al jovencito un cocimiento de las mismas.
Le llevó al temazcal, donde
Jacinto permaneció por tres días.
Al tercer día el niño estaba
curado; el curandero lo sacó del temazcal y lo llevó al mismo sitio donde el
Chochohirón le había mordido, para que pudiese recuperar el alma perdida por el
tremendo susto.
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