Cuentan los indios tzotziles
de Chiapas que Yahval B’alamil es un dios dueño de todo los que existe sobre la
Tierra: árboles, manantiales, ríos, mares, plantas. No le gusta que los hombres
anden molestando por sus dominios, y si de alguna manera se apoderan de sus
recursos están obligados a darle ofrendas y dedicarle ritos y ceremonias.
Por ejemplo, si alguien quiere
construirse una casa y va a emplear agua y a utilizar parte de la tierra, debe
ofrendarle alimentos y bebida.
De no hacerlo Yahval
B’alamil se robará el nahual de la persona transgresora, la cual
inevitablemente caerá enferma.
Pues es su deber velar por
las plantas, los animales y las aguas, además de regular la lluvia.
Así pues, los tzotziles le
dejan ofrendas en las cuevas, las cuales son las entradas hacia el Inframundo
tan temido, donde el dios vive, muy satisfecho, con montones de dinero, pollos,
vacas, caballos y mulas.
Suele aparecerse en las
cuevas y los ojos de agua para asustar a los incautos que se acercan a ellos.
Las enfermedades que envía
el Dueño de la Tierra son terribles, pues provocan pérdida de apetito,
debilidad, palidez, angustia, fiebre, desmayos, dolor de cabeza y mareos, que
traen como consecuencia final la muerte.
Este Señor Dueño de la
Tierra, tiene la capacidad de adoptar variadas formas: a veces se transforma en
un gordo ladino, como les llaman a los hombres blancos, en rayo o en serpiente.
Es un dios que puede ser muy bueno y muy malvado, a quien todos veneran y todos
debemos de temer y de tener contento, pues su labor de custodio de la
naturaleza es encomiable, sobre todo en estos tiempos que corren.
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