Esta historia que le pasó a
una niña como de catorce años que por cierto era muy bonita, se llamaba Mireya.
Ella constantemente veía figuras, sombras que nadie más veía, y oía voces. Una
vez fue a la casa de una compañera, Marisa, a hacer la tarea de la escuela. Se
metieron en la recámara de la amiga para que no las interrumpiera nadie y para
estar tranquilas. Después de un momento la amiguita le dijo a Mireya:
– Espérame, voy por agua
para que estemos tomando, porque hace mucho calor.
Entonces, Mireya oyó que la
llamaban por su nombre y volteó hacia el lugar de donde venían unas voces que
la llamaban y la llamaban:
– ¡Mireya, Mireya!
En ese momento vio cómo se
abrían las puertas de un ropero que estaba en el cuarto y que una luz
brillante, muy bonita, salía de ahí; la luz era una niña de blanco que le
decía:
– ¡Ven, ven!
Mireya se levantó de la
silla y caminó hacia el ropero donde se metió. Las puertas se cerraron, ella se
desmayó. En su desmayo dice que la niña de blanco la llevaba de la mano a
través de la pared, hasta el infinito. Llegaron a una fuente muy bonita donde
había muchos niños que llegaban a tomar agua que tomaban con sus manitas. Todos
le decían que los ayudara, porque ellos eran niños del Limbo, y no tenían luz.
En ese momento la niña se
despertó y empezó a pegar en el ropero desde adentro. Todos los que la andaban
buscando la oyeron y la sacaron de ahí. La sentaron, la despertaron bien, le
dijeron que no había pasado nada, y la dejaron sola para que descansara.
Entonces, la niña de blanco salió por la puerta y le dijo:
– ¿Por qué despertaste, por
qué nos dejaste solos?
Cuando pronunció estas palabras,
entraron varios niños que dijeron que no los dejara, porque ellos eran del
Limbo, que se la habían llevado porque ella era inocente y los podía ayudar.
Cuando entraron al cuarto las otras personas, la niña estaba hablando sola. Le
preguntaron que con quién estaba hablando, y ella les dijo:
– Con los niños.
– Pero si no hay niños.
– Sí, cómo no, miren, están
ahí en aquella esquina.
Todos alcanzaron a ver
figuras como si fueran sombras, sombras de alguien. La señora de la casa
exclamó:
-¡Ave María Purísima!
Y la niña se paró y dijo:
– No diga eso, porque
entonces se van a ir.
Mireya siguió y siguió
hablando con los niños. Las personas se hicieron a un lado porque les dio
miedo. De repente, la niña de blanco se acercó a Mireya y la quiso tocar.
Empezó a salir mucho humo como si algo se estuviera quemando, o como hielo
seco, todos lo vieron y Mireya se desmayó.
Nadie se explica qué pasó. A
Mireya nunca más le volvió a pasar nada extraño. Pobres niñitos del Limbo.
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