Había una vez una muchacha
llamada Herminia que estudiaba enfermería en la Universidad de Puebla, aunque
era originaria de Tlaxcala. Junto con otras dos muchachas alquilaba un
departamento cerca de la universidad.
Como no iba muy bien en la
facultad y había reprobado dos materias, decidió hacer cursos extras en las
vacaciones de agosto.
Una noche tocaron a su
puerta. Herminia fue a abrir y se encontró con una niña de siete años. Era muy
bonita, de pelo rubio y ojos café oscuro.
Con cara contrita, la niña
le dijo a la muchacha que estaba perdida; la hizo entrar y le dijo que llamaría
a la policía, sin embargo, la niña le rogó a Herminia que le diera un vaso con
leche, y que la dejara dormir en su casa, y que no llamara a la policía sino
hasta el otro día. Herminia accedió.
Al día siguiente, cuando la
muchacha fue a despertar a la niña, se dio cuenta de que no estaba.
Pasó un año y volvió a
ocurrir lo mismo: se presentó la niña, le pidió leche, le dijo que estaba
perdida y le pidió dormir en su casa.
Al otro día, la niña, que
parecía no haber crecido, había desaparecido. Herminia fue a la policía y contó
lo sucedido.
Pero nada se pudo hacer:
nadie había denunciado la pérdida de una niña.
Herminia se puso a pensar en
lo que podía hacer. Entonces decidió ir a un hospicio que se llamaba Hospital
de San Prudencio para hablar con la madre Sonsoles. Pero en el hospicio no
habían perdido a ninguna niña.
Cuando desalentada Herminia
se disponía a irse, entró una monja que llevaba una especie de anuario donde
aparecían las fotos de las niñas que habitaban el hospicio. Era un anuario de
dos años atrás. Casualmente, Herminia vio la foto de la niña de los rizos
rubios, y dijo: -¡Madre Sonsoles, esa es la niña pérdida! Desconcertada, la
madre le contestó que esa niña había muerto hacía dos años.
Herminia regresó a su casa.
Por la noche, llamaron a la puerta, y la joven miró por la mirilla.
Vio a la niña y abrió la
puerta. -¡Has tardado mucho en abrirme, dijo la infanta, tengo mucha hambre y
mucho sueño! Herminia, muerta de miedo, le preparó la leche y la cama a la
niña.
A las dos horas, se levantó
de su cama y fue a ver a la chiquilla. Estaba completamente tapada, la muchacha
levantó las cobijas y vio cómo el cuerpecito de la niña se desvanecía como una
nube blanca.
Al observar la almohada vio
que había un letrero escrito con letra infantil que decía: -¡Muchas gracias por
la leche, las galletas y la cama, ahora me voy directo al Infierno para llevar
a las otras tres chicas que no me dejaron entrar a sus casas, y no quisieron
ayudarme ni me dieron nada de comer!!!
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