Hace mucho tiempo en el
territorio del pueblo tarahumara, en la cima de un cerro, vivía una serpiente
que llevaba por nombre O’sérare.
Cuando la serpiente tenía
hambre, en el cerro soplaban fuertes vientos. O’sérare había empezado por
comerse a las vacas de los indios, menguando así su ya pobre patrimonio.
Ahora, le había dado por
empezar a comerse a los tarahumaras. La serpiente se volvía un remolino, se
acercaba a las personas, las envolvía, y las devoraba sin piedad.
Ante esta situación, los
rarámuri se reunieron para darle solución a este terrible problema.
Decidieron que la única
forma de poner remedio era matando a O’sérare.
Después de largas horas de
decidir cómo debían matarla, un hombre dijo que cuando la serpiente abriera la
boca, se le arrojaran piedras calientes, a lo que otro retrocó que al sentir el
calor no abriría la boca, que lo mejor sería aventarle un niño envuelto.
Todos pensaron que valía más
sacrificar a un niño, que esperar que la serpiente terminara con todo el pueblo
de rarámuris.
Decidieron que primero le
arrojarían al niño, y cuando volviera a abrir la boca pensando que le darían a
comer un segundo niño, aprovecharían para aventarle una piedra caliente
envuelta a fin de que creyese que se trataba de otro infante.
Pusieron manos a la obra, le
arrojaron al niño envuelto, cuando O’sérare volvió a abrir la boca creyendo que
le estaban obsequiando con otro, rápidamente le metieron en la boca muchas
piedras calientísimas.
La víbora se empezó a
contorsionar del dolor y todos echaron a correr de puro miedo.
Al poco rato, armándose de
valor, todos los habitantes del pueblo corrieron a ver a la víbora.
Encontraron a O’sérare
tirada en el suelo, enrollada sobre sí misma y completamente muerta.
Todos regresaron contentos a
sus casas.
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