La
leyenda que aquí se narra es una de las de mayor tradición y difusión en
Guanajuato; sin embargo, guarda celosa fragmentos del vivir y sentir cultural
de su gente, parte del México que queremos descubrir para todos.
Sin lugar a dudas Guanajuato es
la ciudad idónea para dejar atrás el automóvil y caminar por sus plazuelas
escondidas, sus museos y sus callejones, donde hacen su aparición las
estudiantinas que, como Orfeo o como el flautista de Hamelin, atraen a una gran
cantidad de público, en la típica callejoneada.
Lo anterior, claro está, lo
podemos encontrar en algunas revistas de turismo, pero ¿qué es Guanajuato para
los guanajuatenses? Para algunos es un lugar mágico lleno de tranquilidad,
libertad y naturaleza, donde niños, jóvenes y adultos pueden salir a las calles
a recrearse sin temor ni angustia de ningún tipo. Una canción nos dice que la
ciudad se encuentra entre sierras y montañas, bajo un cielo azul. Para alguien
es tierra de oportunidades. Un amigo me comentó que esta ciudad es un hoyo,
cuya fuerza de gravedad es de tal grado que no deja salir a los guanajuatenses
con posibilidad de destacar. Otro me dijo que Guanajuato es una casa vieja que
siempre se debe estar arreglando...
Desde mi punto de vista,
Guanajuato es una ciudad sacada de un cuento de hadas donde no pasa el tiempo.
Es una casa mágica rodeada de sierras y montañas, bajo un cielo azul, y cuyos
inquilinos no pueden salir de ella pero viven con tranquilidad y se recrean
libremente.
Definitivamente es una ciudad con
una arquitectura de lo más extraña, lo cual se debe a que está construida sobre
una cañada. Pero hay otra razón de índole socio histórica. Como se sabe, las
leyendas y tradiciones medievales hablaban de grifos, gorgonas, amazonas y
otros seres fantásticos, así como de tierras paradisiacas que contaban con
alimentos exquisitos y desconocidos, de ciudades de oro y de extraños sitios
donde se encontraba la fuente de la eterna juventud. Leyendas que entraban por
los oídos de aventureros y exploradores del Viejo Mundo y les despertaban su
imaginación y su codicia; de esta forma se lanzaron al mar, en busca de esas
tierras, a sabiendas de que habrían que atravesar grandes peligros.
Motivados así por las leyendas y
por la ciencia, los europeos arribaron a nuevos continentes, unos para
conquistarlos y otros para instaurar la Utopía de Tomás Moro. De esta manera
llegaron al orífero territorio llamado Guanajuato. Fue en 1542 cuando fray
Sebastián de Aparicio consumó un camino que comunicaba a la ciudad de México
con Zacatecas; los arrieros, al transitar por este camino, encontraron el
mineral a flor de tierra, lo que trajo como consecuencia el establecimiento de
grupos mineros, que empezaron a constituir el principio de la ciudad de
Guanajuato.
La ciudad no tuvo una
planificación previa, sus edificios fueron construidos de acuerdo con la
ubicación de las minas. Seguramente por ello los habitantes dicen que los
cimientos de Guanajuato son de oro, pero soy del pensar que parte de esos
cimientos son sus leyendas, una de las cuales hemos de tratar aquí.
Antes de continuar diré que la
leyenda como acto cultural es un mito histórico, pero no porque tenga sentido
de ilusión o fantasía, como muchos piensan. El mito es algo más, algo que une y
nos recuerda el origen del mundo, nuestra relación con las divinidades, y
ningún hombre religioso puede negar la verdad que encierran esas narraciones,
ya sean escritas o de tradición oral. Es en el mito donde se establece, a
través de palabras, alegorías y símbolos, la realidad trascendente, donde se
muestran los valores éticos y morales de un pueblo. Ahora bien, el mito es una
narración sacra donde sus personajes son dioses o héroes civilizadores, pero la
leyenda es el mito de lo profano porque en ella el narrador tiene la libertad
de expresar acontecimientos pasionales, cómicos, épicos, etcétera, en los
cuales se habla de personas y lugares especiales que se recuerdan de generación
en generación. Esa es la razón por la que digo que la leyenda es el mito de la
historia, porque nos muestra las pautas sociales e históricas de un pueblo,
aunque en ocasiones tengan un tinte mágico y fantástico.
La leyenda de la que he de
hablarles es una de las de mayor tradición; tiene como escenario un callejón de
sesenta y ocho centímetros de ancho, tamaño exacto para proporcionar una
historia que perdura hasta nuestros días y que nos narra un encuentro de enamorados
con trágico fin. Esta leyenda esconde parte del vivir y del sentir cultural de
Guanajuato, y versa así:
Se cuenta que doña Carmen era
hija única de un hombre intransigente y violento, pero como suele suceder, el
amor triunfa a pesar de todo. Doña Carmen era cortejada por don Luis, un pobre
minero de un pueblo cercano. Al descubrir su amor, el padre de doña Carmen la
encerró y la amenazó con internarla en un convento; según su padre, ella debía
casarse en España con un viejo rico y noble, con lo cual el padre acrecentaría
considerablemente sus riquezas.
La bella y sumisa criatura y su
dama de compañía, Brígida, lloraron e imploraron juntas y resolvieron que la
dama de compañía le llevara una misiva a don Luis con las malas noticias.
Ante ese hecho don Luis decidió
irse a vivir a la casa frontera de la de su amada, que adquirió a precio de
oro. Esta casa tenía un balcón que daba a un callejón tan angosto que se podía
tocar con la mano la pared de enfrente.
Un día se encontraban los
enamorados platicando de balcón a balcón, y cuando más abstraídos estaban, del
fondo de la pieza se escucharon frases violentas. Era el padre de doña Carmen
increpando a Brígida, quien se jugaba la misma vida por impedir que el amo
entrara a la alcoba de su señora. Por fin, el padre pudo introducirse, y con
una daga que llevaba en la mano dio un solo golpe, clavándola en el pecho de su
hija.
Doña Carmen yacía muerta mientras
una de sus manos seguía siendo posesión de la mano de don Luis, quien ante lo
inevitable sólo dejó un tierno beso sobre aquella mano.
A través de esta leyenda podemos
darnos cuenta de que en el siglo XVI y XVII no se podía dar el casamiento de
ciertas clases sociales con otras de inferior categoría, y que tener una hija
significaba poder obtener un orden jerárquico mayor dentro de la escala social.
También vemos que por aquellos tiempos no existía una división tan tajante en
la disposición urbana, con esto quiero decir que las clases sociales no se
distinguían por zonas habitacionales, sino en los espacios públicos. Los amores
tendían a realizarse a escondidas, pues los padres no aceptaban la relación si
el muchacho no llenaba los requisitos de abolengo y de riqueza. Cabe aclarar
que estamos hablando tal vez de una clase media alta, entre la cual en cuestión
de amor siempre era necesaria la participación de una chaperona para recibir
cartas a escondidas.
Aún en la época en que existía el
casino en la ciudad de Guanajuato era de muy mal gusto que se viese a una doña
Carmen con un don Luis. Si la dama asistía con sus padres al casino, el
caballero buscaba la forma de internarse con los músicos al recinto de juego,
en esos momentos con solo mirar a la dama bastaba, y después de una escapada
furtiva se colmaba el espíritu de los enamorados.
En la actualidad se ha acabado la
fiebre del oro y el pobre convive, juega, estudia, entre otras actividades, con
el rico. Hoy no existen clases sociales tan marcadas; muchos de los habitantes
se conocen desde la infancia y podemos ver cómo un individuo con licenciatura o
doctorado platica con el bolero, sin distinciones ni reverencia alguna. La zona
urbana sigue siendo igual que antaño, lo único que se mantiene es el apellido:
“éste es el hijo de fulanito”, o “tu padre es zutanito”. Ahí todos conocen las
historias individuales de los sujetos, aunque sea de oídas, y entre los
habitantes no hay nada que esconder. Quien quiere que su hija se case con una
persona de valía económica, la manda a buscar partido a León, Guadalajara,
Ciudad de México o al extranjero. Aún el padre tiene dominio sobre estos
aspectos del amor, y antes de aceptar una relación formal el joven debe ser
presentado a la familia para averiguar sus intenciones, y después el padre y la
madre buscarán entre sus conocidos las referencias del muchacho.
Lo más seguro es que si la joven
encuentra en su fuero interno un amor intenso, buscará la manera de
escabullirse con la ayuda de sus chaperonas amigas y tal vez hasta con la de su
madre.
Los enamorados buscarán el lugar
exacto, un sitio de poco tránsito para establecer su relación sin peligro
alguno. Pobre de ese amor si el padre se da cuenta o se entera de esas salidas,
porque Guanajuato retumbará con el grito de “¡Ah, pérfida, con ese no!” Con esa
pequeña interpretación podemos decir que la leyenda del Callejón del Beso no
nada más es histórica, sino también histórica, se mantiene en el tiempo del
vivir de los guanajuatenses. Se recuerda esta leyenda porque refleja de manera
simbólica la vida amorosa de los inquilinos de esa casa vieja. La leyenda se ha
convertido en tradición, y los turistas, lo mismo que algunos oriundos,
ritualizan ese encuentro en el tercer escalón del callejón, donde todo se sella
con un beso, en el lugar indicado de dos casas que se yerguen como si
estuvieran entre dos columnas, una femenina, la otra masculina, para elevar de
esta forma al cielo ese amor. La forma del beso es lo de menos, el amor es lo
que cuenta, de modo que usted no se asuste si un día visita esta ciudad y
escucha el grito de “¡Ah, pérfida, con ese no!”; al contrario, alégrese porque
está en el momento exacto de la rememoración de aquel amor entre doña Carmen y
don Luis.
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