Se encontraba
ahí parado en medio de la nada, con el resplandor de la ciudad a sus espaldas,
y la oscuridad más negra que
había visto jamás frente a él, por ambos lados le rodeaban sus vecinos, una
docena de chicos que le retaron a cruzar aquella zona tenebrosa como iniciación
antes de unirse al grupo, según sus palabras, todos en su momento se
enfrentaron a lo mismo, sin embargo, era una mentira, ninguno de ellos había
pisado las cercanías de ese sitio ni siquiera de día.
La gente decía que ahí vivía un viejo loco, un ermitaño
que gustaba de echar plomazos a quien se acercase, y a propósito había sembrado
ahí arboles tan densos que no dejaban pasar un rayo de luz ni en los días más
soleados, pero nuevamente una mentira se asomaba, pues el lugar en si tenía
algo extraño, la pesadez que se posaba sobre los hombros tan solo al acercarse,
la sensación de ser acechado, y el miedo… el miedo que se sentía no era de
este mundo.
El chico nuevo
estaba exento de estas historias, pero no del efecto que provocaba aquel oscuro
lugar, en el cual solo tenía que adentrarse tres pasos para obtener
reconocimiento y aprobación de las personas que formaban su mundo entonces.
Solo tres
pasos para demostrar su valía, solo tres simples pasos dentro de la oscuridad
profunda…pero no hubo oportunidad de que diera solo uno, una súbita y agitada
respiración los puso en alerta, después solo gritos, gritos y gritos llenos de terror que
se fueron ahogando en la oscuridad.
Nadie se
atrevió a dar esos tres simples pasos para salvarlo, para saber lo que ocurría,
pero tienen muy claro que aquello que se lo llevó esa noche no era un viejo
ermitaño, pues los viejos ermitaños no tienen cuernos, ni dejan pezuñas marcadas en el suelo.
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