Esto que voy a relatar
sucedió, hace mucho tiempo, en la calle que estaba entre la Avenida Francisco
Sosa y Progreso, en Coyoacán.
En aquel tiempo mi marido
daba cine en la calle, así es que todos los trabajadores de los Viveros nos
querían mucho, sobre todo querían mucho a mis hijos. Atravesaba yo el Vivero
con ellos y les daban florecitas y plantitas, y los subían a dar una vuelta a
caballo.
Un día que era cumpleaños de
mi marido -cumplía años el 3 de octubre- invitamos a una cuñada mía a que fuera
a comer con nosotros a la zona del vivero de árboles frutales; se ponía hecha
una delicia: flores blancas, flores rosas, flores de todos colores y formas,
porque había perones, duraznos, chabacanos… Yo puse toda la comida en
canastitas y nos fuimos al Vivero.
Mi cuñada llevaba un
muchachito como de doce años que era su hijo.
El Vivero está dividido en
cruz por eucaliptos enormes, y en el centro había una plazoleta, en donde los
muchachos aprendían a torear.
Pues en esa zona de los
eucaliptos de repente vimos un verdadero incendio, lo vimos los tres, mi cuñada,
mi sobrino y yo. Mi cuñada me comentó:
–Pero mire usted que gente
tan imprudente, en una zona de árboles donde hay tanta gente, niños y demás,
prender lumbre de esta manera. Vamos a buscar un guardabosque.
–No. no, no, aquí no hay
guardabosques, pero tenemos pies y podemos pisotear por lo menos un poco de las
llamas.
Llegamos al lugar y no había
ni siquiera tierra removida, ni siquiera tierra seca al pie del eucalipto.
Todo estaba completamente
normal, mojado y todo.
Ese incendio podía
significar una señal de que ahí había dinero enterrado, pero quién escarba en
propiedad privada para encontrarlo, así que ya no supimos si había dinero
o no.
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