Había una vez un señor que
vivía en el pueblo de Tepalcingo, Morelos. Era un campesino de treinta años,
todavía en el vigor de la edad, moreno, y de no malos bigotes. Este señor, que
se llamaba Francisco, era sumamente mujeriego, a todas las mujeres enamoraba, y
se metía en muchos líos a causa de este defecto. Tenía Francisco una abuelita a
la que quería mucho, que vivía cerca del Santuario. Todas las tardes iba a
visitar a su abuela quien siempre lo recibía con una taza de té de limón
caliente, que a Francisco le gustaba mucho.
Cerca de la casa de la
abuelita había un río que no tenía puente, para cruzarlo se debían pisar las
piedras más planas que se encontraran y así acceder a la otra orilla. En una
ocasión, Francisco se quedó con su abuela más tarde que de costumbre, y cuando
se fue para su casa era casi la medianoche. Al ir caminando por detrás de la
iglesia, y ya para cruzar el río, vio a una hermosísima muchacha: alta,
esbelta, con el negro pelo que le llegaba a la cintura y con ojos de mora. Toda
ella iba vestida de negro y exhalaba misterio y seducción. Cuando la vio
Francisco el mujeriego, quedó fascinado. La joven lo llamaba con la mano para
que la siguiera. El muchacho, incapaz de resistir a tanta belleza, fue tras
ella. La mujer empezó a cruzar el río y Francisco se percató que flotaba sobre
el agua. Al ver cosa tan insólita, sintió miedo, y más todavía cuando la mujer
de negro volteó a verlo y su cara era una horripilante calavera. En ese
momento, la aparición se aventó sobre Francisco, le puso una mano en la nuca y
lo trató de ahogar. El muchacho, desesperado, se defendía y trataba de zafarse, pero no lo
lograba, sentía las manos huesudas que lo hundían más y más en el agua.
Acertó a pasar en ese
momento un señor llamado Agustín que vio las angustias de Francisco con la
cabeza metida en el agua, lo tomó del cabello y lo sacó, nunca vio a la mujer,
solamente le preguntó al joven: -¿A poco te quieres suicidar ahogándote?
Francisco como pudo, casi asfixiado le respondió: -¡No qué va, un espanto
terrible me estaba metiendo la cabeza en el agua, trataba de matarme! Agustín
se le quedó mirando y se alejó.
Cuando llegó a su casa,
pálido, desencajado y todo mojado, le contó a su madre lo que le había pasado.
Ella lo escuchó espantada, al terminar la historia la madre le dijo: -Mira
Francisco, te salvaste de milagro, esa fue una advertencia. Esa mujer de negro
se les aparece a los hombres que son borrachos y mujeriegos para matarlos, pues
en vida, su esposo fue muy malo con ella, era borracho y le pegaba. ¡Tú sabes
si quieres seguir de mujeriego o enmiendas tu camino!
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