martes, 8 de diciembre de 2015

LOS ÚLTIMOS DÍAS DE CORTÉS



Cuenta la leyenda que el último viaje que Cortés emprendió a España no fue tan agradable como el primero que realizara en el año de 1540. El rey le recibió bastante fríamente, sin que por ello en la corte dejaran de llevar a cabo bastantes festejos para celebrar su llegada.

Las hermosas joyas en oro y plata que el Capitán le llevaba a Carlos V, de valor inestimable, se habían perdido en un naufragio.

El rey, que había prometido interceder en el pleito entre Cortés y el virrey de Mendoza, no tomaba cartas en el asunto, a pesar del tiempo transcurrido. Las cosas no le iban muy bien al marqués. Así las cosas, Cortés pensó en regresar a la Nueva España a morir lejos de la tierra que le trataba tan mal a pesar de las riquezas que le había proporcionado.

Para preparar su retorno se refugió en Sevilla, sin pensar que ahí le aguardaban nuevas preocupaciones, a causa del desastroso matrimonio que había hecho su hija María.

Tantas vicisitudes le procuraron una fuerte diarrea y otros males no menos graves, que le llevaron a refugiarse en Castilleja de la Cuesta, a fin de evitar a los continuos visitantes que lo importunaban a más y mejor.

Don Hernán había hecho su testamento el 12 de octubre de 1547 en Sevilla, ante el notario don Melchor de Portes y cinco testigos.

Las clausulas del testamento estipulaban que si moría en España su cuerpo se depositara en la capilla cercana al sitio donde muriese, para luego ser trasladado a la Nueva España y ser enterrado en Coyoacán en el monasterio de la Concepción de la orden de San Francisco, que se construiría específicamente, en donde habría una cripta destinada a albergar sus restos mortuorios y los de sus familiares.

Asimismo, disponía que al morir se les diesen a cincuenta hombres pobres “ropas largas de paño pardo y caperuzas de lo mismo”, para que con antorchas iluminasen su entierro, finalizado el cual recibirían un real cada uno.

También disponía el Capitán que a su muerte en tierras españolas, todas las iglesias y monasterios efectuasen misas, y que luego se oficiaran mil más por las almas del Purgatorio, dos mil por las almas de sus compañeros de conquista, dos mil dedicadas “a quien tenía algunos cargos de que no se acordaba ni tenía noticia”.

Además, pedía que a su muerte todos los criados que estuviesen a su servicio fueran regalados con vestidos de luto, se les dice de comer y beber, y a los que no se quedasen al servicio de su hijo Martín, se les pagara “enteramente lo que se les debiese de sus quitaciones”

Una de las cláusulas del testamento de Cortés, ordenaba que sus huesos fuesen llevados a México de acuerdo al criterio de su esposa doña Juana de Zúñiga; y qué se agregasen a la cripta los esqueletos de su madre doña Catalina Pizarro, que se encontraban en la iglesia del monasterio de Texcoco, y los de su anterior esposa doña Catalina depositados, a la sazón, en el monasterio de Cuernavaca.

Agregaba el dicho testamento que en el monasterio de la Concepción, que debía ser construido expresamente para albergar su cuerpo en la capilla mayor, solamente los restos de sus descendientes directos podían ser colocados en ella.

Una vez terminadas las disposiciones de su testamento, el Capitán se retiró de Sevilla y se dirigió a Castilleja de la Cuesta, donde le cuidó fielmente su hijo Martín Cortés, el marqués que no el otro, el bastardo.

Un escritor sevillano relata que Castilleja de la Cuesta era por ese tiempo poco más que una aldea, un lugar.

Algunos caballeros de conocido solar, pero escasos de fortuna, le habían escogido por asiento, y no era extraño se viesen aparecer y descollar, entre las humildes moradas de los labriegos, vastos caserones, destartaladas viviendas, que servían de retiro a estos pobres, pero linajudos hidalgos.

En Castilleja de la Cuesta, Cortés se alojó en la casa de su amigo Alonso Rodríguez de Medina,  la más bonitas del lugar; en ella encontró la muerte en uno de los aposentos de la parte de abajo, en donde el conquistador se encontraba acostado una noche del 2 de diciembre de 1547, acompañado de su hijo Martín Cortés y de su amigo Alonso. Su confesor le había administrado los santos óleos y recibido su confesión.

Cortés estaba agitado y su respiración era alto dificultosa. Pasaba de la calma a la desesperación agitada. Su hijo le consolaba. La leyenda nos dice que sus últimas palabras pronunciadas con “acento lúgubre y tristísimo” fueron: -¡Mendoza… no… no…Emperador… te, te lo prometo… 11 de noviembre… mil quinientos… cuarenta y cuatro! Aludiendo, sin duda, al rey de España, Carlos V,  y a sus continuos pleitos con el primer virrey de la Nueva España, don Antonio de Mendoza y Pacheco.

En la Historia general y natural de las Indias,  nos dice Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés: …que don Juan Alonso Guzmán, duque de medina Cidonia, como gran señor y verdadero amigo de Hernán Cortés, celebró sus exequias y honras fúnebres la semana antes de la Navidad de Cristo, Nuestro Redentor, de Sevilla, é con tanta pompa é solemnidad como pudiera hacer con muy gran príncipe. É se le hizo un mausoleo muy alto é de muchas gradas, y encima un lecho muy alto, entoldado con todo aquel ámbito é a la iglesia de paños negros, é con incontables hachas é cera ardiendo, é con muchas banderas é pendones de sus ramas del marqués, é con todas las ceremonias é oficios divinos que se pueden é suelen hacer á un gran príncipe un día á vísperas é otro á misa, donde le dijeron muchas, é se dieron muchas limosnas á pobres. É concurrieron cuántos señores é caballeros é personas principales ovo en la cibdad, é con el luto el duque é otros señores é caballeros; y el marqués nuevo o segundo del Valle, su hijo, lo llevó é tuvo el ilustrísimo duque é par de sí: y en fin, se hizo en esto lo posible é suntuosamente que se pudiera hacer con el mayor grande de Castilla.

Otra versión de su muerte asegura que sus restos fueron trasladados al monasterio de San Isidro, mientras se le trasladaba a la Nueva España conforme a sus deseos. 

El cuerpo fue recibido por el prior y los monjes del monasterio, ante el escribano de la villa de Santiponce, Andrés Alonso, y teniendo como testigos a ilustres señores.

Se le colocó, provisionalmente, en el sepulcro de los condes de Medina Cidonia que se encontraba en el altar mayor.

En tal sitio reposó el cruel Capitán hasta el 9 de junio de 1550, cuando sus restos se quitaron para colocar los de Alonso Pérez de Guzmán, duque de Medina Cidonia. Entonces se le trasladó al altar de Santa Catarina en el mismo monasterio.

De ahí, fueron llevados sus despojos a la Nueva España en el año de 1566, como lo pidió en su testamento don Hernando Cortés, marqués del Valle de Oaxaca y capitán general de la Nueva España y del mar del Sur, donde su llegada pasó completamente inadvertida por autoridades, cronistas, pueblo, y clero.



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