viernes, 4 de diciembre de 2015

JUAN EL EHEENICHIX



Había una vez un brujo malo como los días sin comer. Se llamaba Juan, tenía sesenta años, la piel oscura, los ojos malignos, y la nariz llena de manchas rojos y granos putrefactos.

Juan vivía solo en un pueblo del Municipio de Xilitla, en la Huasteca Potosina. El brujo era una persona solitaria, su esposa había muerto hacía muchos años a causa de una fuerte bilis que le provocó la infidelidad de su marido. Juan disfrutaba chupando la sangre de quien podía.

Una noche muy oscura, cuando todos los habitantes del pueblo dormían mal que bien, Juan se apresuró a reemplazar sus ojos por unas conchas de caracol, se metió en el ano un tronco de una planta llamada tsau’ que le ayudaba a alumbrar el camino, y corrió por el pueblo buscando una víctima a quien poderle chupar la sangre, pues era uno de los alimentos favoritos del brujo que le permite conservarse sano y aún joven para su avanzada edad.

De pronto se topó con la choza de Matilde Riquelme, la muchacha más bonita del pueblo de San Juan Legorreta a quien todos admiraban por su extraña belleza.

La joven era morena, sus ojos verdes como el limón parecían dos rasgones de pasión, su pelo, extrañamente rojizo, le caía en la espalda como una capa refulgente. Matilde era desdeñosa y presumida. A ella fue a quien eligió el eheenichix para chuparla.

Con sus malas artes atravesó la puerta de la casita, se introdujo al segundo cuarto donde dormía Matilde con sus hermanitos, se acercó a la cama y, sigiloso para no despertar a nadie, sacó de su morral un tubo de carrizo que le servía para chupar la sangre. Colocó el tubo en la garganta de la joven y succionó despacio.

La sangre que iba chupando la colocaba en un recipiente, xomom,  hecho de un fruto. Cuando terminó, salió con cuidado de la casa y se dirigió a la suya. Deseaba cocinar la sangre antes de ingerirla, para que la soberbia Matilde sintiera el dolor de los moretones, ya que si se la tomaba cruda, la chica no sentiría nada.

Al darse cuenta que Matilde presentaba moretones en el cuello y parte del pecho, Daniel, el novio de la chica sospechó que eso era obra de Juan, ya que las huellas eran inconfundibles.

Entonces se preparó para verlo y matarlo, o al menos propinarle una buena zurra. Sabía muy bien lo que debía hacer: una dieta comiendo una sola tortilla durante nueve días y preparar trampas con un bejuco llamado boat. Puso manos a la obra.

Al décimo día, Juan cayó en la trampa de Daniel.

Una vez atrapado, el joven le rompió los dos brazos a palos, advirtiéndole que si volvía a molestar a su novia lo mataría.

Juan, terriblemente adolorido, regresó a su choza, donde murió seis días después de hambre, sed y dolor.


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