Había una vez un brujo malo
como los días sin comer. Se llamaba Juan, tenía sesenta años, la piel oscura,
los ojos malignos, y la nariz llena de manchas rojos y granos putrefactos.
Juan vivía solo en un pueblo
del Municipio de Xilitla, en la Huasteca Potosina. El brujo era una persona
solitaria, su esposa había muerto hacía muchos años a causa de una fuerte bilis
que le provocó la infidelidad de su marido. Juan disfrutaba chupando la sangre
de quien podía.
Una noche muy oscura, cuando
todos los habitantes del pueblo dormían mal que bien, Juan se apresuró a
reemplazar sus ojos por unas conchas de caracol, se metió en el ano un tronco
de una planta llamada tsau’ que le ayudaba a alumbrar el camino, y corrió por
el pueblo buscando una víctima a quien poderle chupar la sangre, pues era uno
de los alimentos favoritos del brujo que le permite conservarse sano y aún
joven para su avanzada edad.
De pronto se topó con la
choza de Matilde Riquelme, la muchacha más bonita del pueblo de San Juan
Legorreta a quien todos admiraban por su extraña belleza.
La joven era morena, sus
ojos verdes como el limón parecían dos rasgones de pasión, su pelo,
extrañamente rojizo, le caía en la espalda como una capa refulgente. Matilde
era desdeñosa y presumida. A ella fue a quien eligió el eheenichix para
chuparla.
Con sus malas artes atravesó
la puerta de la casita, se introdujo al segundo cuarto donde dormía Matilde con
sus hermanitos, se acercó a la cama y, sigiloso para no despertar a nadie, sacó
de su morral un tubo de carrizo que le servía para chupar la sangre. Colocó el
tubo en la garganta de la joven y succionó despacio.
La sangre que iba chupando
la colocaba en un recipiente, xomom, hecho de un fruto. Cuando
terminó, salió con cuidado de la casa y se dirigió a la suya. Deseaba cocinar
la sangre antes de ingerirla, para que la soberbia Matilde sintiera el dolor de
los moretones, ya que si se la tomaba cruda, la chica no sentiría nada.
Al darse cuenta que Matilde
presentaba moretones en el cuello y parte del pecho, Daniel, el novio de la
chica sospechó que eso era obra de Juan, ya que las huellas eran
inconfundibles.
Entonces se preparó para
verlo y matarlo, o al menos propinarle una buena zurra. Sabía muy bien lo que
debía hacer: una dieta comiendo una sola tortilla durante nueve días y preparar
trampas con un bejuco llamado boat. Puso manos a la obra.
Al décimo día, Juan cayó en
la trampa de Daniel.
Una vez atrapado, el joven
le rompió los dos brazos a palos, advirtiéndole que si volvía a molestar a su
novia lo mataría.
Juan, terriblemente
adolorido, regresó a su choza, donde murió seis días después de hambre, sed y
dolor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario