lunes, 14 de diciembre de 2015

PEDRO TÓTOTL Y LOS HONGOS



Pedro Tótotl era un muchachito nahua de quince años de Cacahuatlan, pequeño pueblo perteneciente al Municipio de Amatlán de los Reyes, Veracruz. Pedro era alegre, delgado, travieso y, sobre todo, muy curioso.

Siempre estaba espiando lo que hacían los hombres mayores de su comunidad, quería aprender de ellos para crecer rápido.

Sabía que los adultos consumían hongos alucinógenos con el propósito de entrar en contacto con los habitantes del Tlalocan cuando entraban en estado de éxtasis provocado por el consumo de los hongos.

Sabía que los habitantes que acudían al hombre que se drogaba, eran los niños que habían muerto sin ser bautizados, que se habían convertido en xocoyomeh; es decir, “rayos de color azul”, y que viven en el Tlalocan con el “padre” y la “madre”.

Sabía que para entrar al Tlalocan se tenía acceso por medio de las cuevas.

Sabía, porque lo había visto hacer a sus mayores, que para que los hongos diesen mejor resultado debían ingerirse durante la fiesta llamada Yehuatzin o “transfiguración del Señor”, que corresponde al 6 de agosto, cuando los hongos están en su apogeo.

Y sabía que los hombres también eran útiles cuando estaban drogados para encontrar los objetos perdidos, el futuro de la gente, el origen de las enfermedades o de las brujerías, pues cuando los niñitos del Tlalocan aparecen pueden responder a muchas preguntas si están en disposición de hacerlo.

Así pues, Pedro Tótotl se dispuso a comer los hongos para sentirse adulto. Con paciencia esperó la fiesta Yehuatzin.

Cuando llegó el 6 de agosto, Pedro siguió sigilosamente a los hombres que iban a comer los hongos, ceremonialmente, para comunicarse con los habitantes del Tlalocan.

Cinco entraron a una choza, donde los hongos se encontraban dispuestos para ser ingeridos. Cuando el rito dio término, los cinco hombres se alejaron, fue entonces que  Pedro entró en la choza y observó que habían quedado suficientes hongos para que los pudiera ingerir.

Ni tardo ni perezoso, Pedro se abalanzó a la jícara que los contenía y los comió todos. Al poco rato empezó a alucinar, a verlo todo de una manera magnífica e increíble.

A lo lejos vio que se acercaban los “rayos de color azul”, los xocoyomeh, pequeños y bellos niñitos luminosos que se sonreían contentos.

Fascinado por lo que veía, Pedro no se dio cuenta que uno de los niñitos de luz, sigilosamente se desprendía del grupo y se acercaba a él por la espalda.

De repente, el xocoyomeh dio un gracioso e inesperado salto y se metió dentro de Pedro, a la vez que decía con una dulce y cruel voz: -¡Ahora sí estoy bautizado! ¡Ya puedo vivir en el mundo de los vivos!

Nadie se dio cuenta de que Pedro no era el mismo, solamente doña Angustias, su madre, percibió la diferencia.

A todos sus familiares y amigos les decía: ¡Por favor, fíjense bien, este Pedro no es mi Pedro! ¡Me ha sido cambiado, me ha sido cambiado! Pero nadie le hizo caso, Pedro la miraba socarronamente y sonreía…

Al mes del suceso relatado, doña Angustias moría presa de la más espantosa de las locuras.

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