jueves, 17 de diciembre de 2015

EL MAREMOTO



Una leyenda del estado de Nayarit relata que hace muchísimos años las personas que habitaban en el Ejido de Jarretaderas, en el Municipio de Bahía Banderas, trabajaban en los chilares que se encontraban cerca del Río Ameca, río costero de la vertiente del océano Pacífico.

Cuando acudían por las tardes a realizar sus labores, cuando el Sol empezaba a meterse, escuchaban el sonido de campanitas por toda la orilla del río.

Un cierto día, Adolfo estaba en los chilares y había terminado sus labores, por lo que se encontraba guardando sus herramientas de trabajo.

En ese momento comenzó a oír las campanitas y vio que por la orilla del río caminaba una personas envuelta en una albea sábana, y cuyos pies no tocaban el suelo.

Adolfo se asustó tanto que corrió despavorido muerto del miedo. Al enterarse de lo ocurrido, tres campesinos que tenían fama de valientes, decidieron averiguar qué sucedía.

Fueron a sus labores en el chilar como siempre lo hacían, pero decidieron quedarse por la noche para indagar sobre el misterio.

Cuando dieron las seis de la tarde, escucharon el sonido de las campanitas, y unos extraños cánticos eclesiásticos entonados por voces infantiles.

Buscaron el lugar exacto de donde provenían los cantos y vieron a hombres que vestían mantos blancos con capucha, y llevaban una gran cruz de madera colgada al pecho. Unos de los valientes campesinos se puso a temblar de puro miedo y, aterrado, se fue corriendo hacia su casa. Sus dos compañeros decidieron seguir a los fantasmas por toda la orilla del río. Al llegar al mar, los muertos de metieron en él.

Como no llegaron a sus casas, al siguiente día sus familiares fueron a buscarlos. Los encontraron muertos en la playa con las caras con muecas que expresaban tremendo miedo y terror.

Poco después de este funesto hecho, los habitantes del Ejido de las Jarretaderas se enteraron que en el sitio donde se aparecían los frailes fantasmas había una capilla que fue arrasada por un maremoto y todos los religiosos murieron.

En seguida, se organizaron misas en el lugar y se regó con agua bendita toda la orilla del río y la playa en donde desembocaba.

Desde entonces, ya nunca más volvieron a oírse la campanitas ni aparecieron los desafortunados frailes muertos a causa de un maremoto.

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