Cuando Eréndira, la
Risueña, la querida princesa purépecha iba a contraer matrimonio, un cacique de
un señorío cercano a Pátzcuaro, donde vivía la joven, envió a un mensajero a
pedir la mano a su señor padre. Al llegar al mensajero a su destino, el padre
de Eréndira preguntó: -¿Pues, qué hay, señor? ¿Qué negocio es por
el que vienes? A lo que el
mensajero respondió: -Señor, envíame el Señor de Tzintzuntzan a
pedir a tu hija. Entonces
el padre replicó: -Seas bien
venido. Efecto habrá, basta que lo ha dicho. – Señor, dice que le des a tu
hija, para su hijo, preciso
el mensajero.
El padre, gustoso,
aceptó afirmando que estaba de acuerdo porque él había pensado en el hijo del
señor de Tzintzuntzan para marido de su hija, ya que el mismo pertenecía a ese
lugar y a ese linaje, y prometió enviar a Eréndira con un propio a la casa de
tan noble señor.
En seguida, el padre de
la joven se dirigió a sus esposas y concubinas y les preguntó: -¿Qué
haremos a lo que nos han venido a decir? Y
ellas le respondieron: - ¿Qué habemos nosotras de decir? Señor,
mándalo tú solo. -¡Sea como dicen! Replicó
el padre.
En seguida, las mujeres
procedieron a ataviar a la princesa y a preparar su ajuar que consistió en
mantas para el esposo, hachas para partir la leña de los templos, petates para
la espalda, y cinturones de cuero.
Las mujeres que
acompañarían a Eréndira se arreglaron lujosamente, y colocaron en envoltorios
los efectos personales de la muchacha que consistían en joyas, petacas, algodón
para hilar, y sus hermosos trajes.
Cuando partieron a la
casa del novio, la princesa y su séquito de mujeres iban acompañados de varios
sacerdotes. Al llegar a la casa de su prometido vieron con satisfacción que ya
estaban preparados los grandes tamales de boda hechos de maíz y rellenos de
frijoles molidos; a más, había jícaras, mantas, ollas, maíz y chile, semillas
de amaranto, enaguas y demás ropa femenina.
Los parientes y amigos
se reunieron en una estancia donde un sacerdote colocó a la pareja nupcial en
el centro. Y dijo: -Esta envía tal
señor, que es su hija. Plega a los dioses que lo digáis de verdad pedilla y que
seáis buenos casados.
Plega
a los dioses que seáis buenos casados y que os hagáis beneficios. Mira que
señalamos aquí nuestra vivienda de voluntad, no lo menospreciemos ni seamos
malos, porque no seremos infamados y tengan qué decir del señor que dio su
hija.
El discurso continuaba
recomendando a los novios ser fieles y alejarse de la lujuria y las malas
acciones, para evitar se ahorcados o matados con la porra. A Eréndira le
invitaba a no hablar con ningún hombre en la calle, y a portarse correctamente
para evitar las habladurías.
Al novio de la princesa
lo instó a que si descubría que Eréndira le había sido infiel, la rechazase y
la regresara a su hogar paterno.
Terminado el discurso,
el sacerdote preguntó a los novios si habían entendido bien las normas
matrimoniales, y precedió a nombrar a todos los antepasados que habían vivido
en ese sitio y a recordarles que procedían del noble linaje de los chichimecas.
Una vez casados, la
pareja real y los invitados pasaron a un salón para disfrutar de los tamales y
de otros sabrosos manjares y bebidas.
El suegro de Eréndira,
muy orgulloso, les enseñó, el terreno que les había regalado para que fuese
sembrado.
A las mujeres del
séquito y a los sacerdotes que le acompañaron les obsequió con mantas, y al
padre de la novia le entregó un lujoso presente.
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