Cuenta una antigua
leyenda de Teocalhueyacan, un poblado otomí que se encuentra en el Valle de
México, a tres kilómetros de Tlalnepantla, y que ahora se conoce como San
Andrés Atenco, que a raíz de la conquista española los frailes franciscanos
decidieron edificar un templo dedicado a San Lorenzo.
Lo construyeron en los
terrenos de un teocalli que los conquistadores habían destruido en sus ansias
por acabar con todo vestigio de las culturas indígenas.
Para hacer el templo no
dudaron en utilizar las piedras y el material del templo desaparecido.
El Templo de San Lorenzo era muy visitado por los habitantes del pueblo de Teocalhueyacan, que acudían a las misas y a los oficios religiosos que se llevaban a cabo en el sagrado recinto.
Una terrible noche, el
templo se hundió y al amanecer no quedó nada de él. Los feligreses estaban muy
tristes y asustados por tal hecho que no se explicaban.
Ante la carencia de la
iglesia los habitantes del Teocalhueyacan, optaron por acudir al templo de
Corpus Christi situado en Tlalnepantla.
Pero como era muy largo
el camino que tenían que recorrer para asistir a los servicios religiosos,
decidieron que lo mejor era construir una nueva iglesia. Sin embargo temían que
ocurriera lo mismo, y que volviera a hundirse.
Después de mucho pensar
y discutir acerca de lo que debía hacerse, los responsables de la edificación
tomaron la decisión de construirlo en otro lugar del pueblo.
Lo edificaron a la falda
de un cerro y cerca de un río.
Pero ya no fue el Templo
de San Lorenzo, sino que se le dedicó a San Andrés Apóstol y se inauguró en el
año de 1700.
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