Andrea Castillejos, joven bonita
de veinte años, había nacido en las afueras de un pueblo zapoteco de una pareja
que tenía siete hijos.
La familia, aunque pobre, se
llevaba bien. Sin embargo, Andrea no era feliz porque la ambición la hacía
desear salir de su estado que consideraba lamentable.
Como no contaba con
estudios, llegó al segundo de primaria, decidió volverse bruja y obtener dinero
ejerciendo las malas artes.
Acudió con don Dionisio, el
brujo más sabio y malvado de la comunidad, para que la iniciara en los
menesteres brujeriles. Don Dionisio aceptó ser su maestro a cambio de los
favores sexuales de la joven durante todo el tiempo que durara el aprendizaje.
El hechicero comenzó
indicando a Andrea que debía saltar cuatro veces, maldecir a sus progenitores y
a ella misma, y ponerse la piel del animal en que deseara convertirse, ya que
al adoptar la forma de un mono, burro, toro, buitre u otro animal, podría
“chupara la sangre” de las personas adultas cuando dormían, o de los nonatos
que aún se encontraban en el vientre de su madre.
Este ritual lo debería
efectuar la joven un martes o viernes por la noche, cuando el resplandor de la
Luna es propicio.
Cuando pasó cierto tiempo y
ya estaba Andrea convertida en una bizá’á, estuvo lista para chupar a su
primera víctima que fue nada menos que su eterno enamorado Juliancito Farías.
Antes de la iniciación,
Andrea acudió a la primera misa para “pedir a Dios” y luego, se revolcó desnuda
en las cenizas de un río. Ya lista, acudió por la noche a la casa de Juliancito
convertida en una hermosa serpiente, trepó a su cama y empezó a chupar al
muchacho en su joven cuello.
Pero el padre de Juliancito
se percató de lo que pasaba, e inmediatamente orinó sobre la
serpiente y clavó la sombra del animal con un puntiagudo puñal, remedios
infalibles para alejar a los bizá’á.
En efecto, al poco rato la
serpiente se convirtió en la mujer que era Andrea ante la sorpresa de los
padres y del enamorado Juliancito. La sacaron a patadas de la casa y la
denunciaron ante las autoridades indígenas del pueblo, quienes la sentenciaron
a apartarse para siempre del pueblo.
Sin embargo, Juliancito
Farías ya nunca fue el mismo, pues a la pena de descubrir que su amada era una
sangrienta bruja, una bizá’a, se unía el hecho de que el joven quedó afectado
en sus capacidades mentales y sin poder mover la mano izquierda.
Para que nunca nos chupe una
bizá’á, se debe observar si las personas que se encuentran cerca de nosotros no
tiene en el vientre una luz roja, que les sirve para quemar y usar un amuleto
llamado shremed bicha’, “remedio contra la bruja”
No hay comentarios:
Publicar un comentario