Había una vez una pareja que
vivía en las mojoneras de Pátzcuaro: Tariácuri y Ereri. Se amaban tanto como
querían a su pequeña hija recién nacida a la que habían puesto el nombre de
Itzuri, Agua.
La niña era muy bella a sus
tres años de edad: sus ojos eran rasgados y ambarinos, su pelo negro, lacio y
brillante, sonreía a todo el que se le acercaba, en una palabra: tenía ángel.
Cuando Ereri salía al
mercado a vender las blusas que bordaba, todas las personas chuleaban a la
pequeña.
A tres casas de donde vivía
Ereri, moraba una mujer de cuarenta años casada con un albañil al que
detestaba, pues lo culpaba de no haber podido tener críos en todos los años de
casados.
Guadalupe vivía amargada
viendo que la vida se le iba y ella continuaba yerma. Cada vez que veía a Ereri
salir con Itzuri sentía que el estómago le revoloteaba de coraje, le daban
cólicos y vomitaba de la envidia de ver a una niña tan bonita que no le
pertenecía.
Guadalupe no le dirigía la
palabra a Ereri nunca, pero un día no pudo más y deseo conocer de cerca a esa
encantadora niña que le hubiese gustado que fuera suya. Se acercó a la madre e
hija, elogió a la pequeña y le pidió a Ereri que se la dejase cargar.
Ereri se resistía porque no
le gustaban las malas vibras de Guadalupe; sin embargo, consideraba que era una
grosería negarse, ya que en definitiva nunca le había hecho nada malo. Así que
le prestó a Itzuri un momento.
Al día siguiente la niña
lloraba mucho, vomitaba, tenía terribles molestias en los ojos, mucha diarrea,
y un espantoso olor agrio. En seguida, la pareja llevó a la niña con el médico,
pero sus artes de nada sirvieron y pasados dos días la niña seguía
igual si no peor. Desesperados, acudieron al curandero, don Noé, quien en
seguida diagnosticó que se trataba de un terrible maleficio llamado “mal de
ojo”, ocasionado por una mujer envidiosa, y que había que proceder a una
kutsúrhentani o “limpia” lo más pronto posible porque el caso era desesperado.
En seguida, don Noé hizo un
ramo de hierbas aromáticas: pirul, albahaca, romero, santa maría, con el que
“limpió” el pequeño cuerpo; le pasó por el cuerpecito un huevo de gallina que
tomó un color verde oscuro, lo que indicaba que la niña había recibido un
embrujamiento; cubrió su cuerpo con humo de tabaco y la salpicó con agua
bendita, rezó con toda devoción para que los santos la libraran del mal.
Pero todo fue inútil, al
siguiente día Itzuri murió en los brazos de su madre.
Enloquecida, Ireri se
dirigió a la casa de Guadalupe y con un certero golpe de machete le cortó la
yugular.
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