Esta leyenda me la relató un
abuelo xi’úi, pame, de San Luis Potosí.
El acontecimiento le ocurrió
a uno de sus hermanos, el mayor, llamado Nts’aung, Águila.
Me advirtió el abuelo que no
le gustaba hablar del lamentable hecho, pero que lo hacía para que nunca se me
ocurriera retar a los poderes malignos ni tener ninguna relación con ellos.
Ahora se las doy a conocer a ustedes.
Nts’aung, era mujeriego y
bebedor, le gustaba acercarse a la cantina y a la pulquería del pueblo para
convivir con sus amigotes y emborracharse al término de las labores del campo.
Un día viernes, acudió como
siempre a echarse unas copas de tequila a la cantina La Flor de Soledad con sus
dos amigos preferidos.
Cuando ya estaban medio
ebrios, uno de ellos retó a Nts’aung a ir al cementerio, a la medianoche, a
invocar al Diablo. Sintiéndose muy valiente, Águila aceptó el reto y se fueron
al cementerio.
En la puerta se quedaron los
amigos y él se adentro en el camposanto. Empezó a gritar: -¡Demonio de los
infiernos, aparécete, te reto a aparecerte! Esta cantinela la repitió varias
veces.
De repente, el Diablo hizo
su aparición, y en un dos por tres se metió en el cuerpo de Nts’aung, quien
apenas lo pudo percibir, pues todo ocurrió muy rápidamente.
El borrachín regresó con sus
amigos, quien nunca le creyó que se hubiera enfrentado con el demonio, aunque
él jurase que sí.
Al otro día, su esposa María
del Carmen, lo notó raro, el estómago le dolía muchísimo, no paraba de ir al
baño, y la cabeza le martillaba de manera insoportable.
Ante esta dramática
situación, la esposa decidió ir por el curandero, don Otilio, que acudió presto
a la casa del enfermo. Después de hacerle a Águila ciertas preguntas sobre lo
que sentía, y de enterarse de que
borracho había retado al Diablo en el cementerio, don Otilio diagnóstico que el
Maligno se había metido dentro de su cuerpo y le había ocasionado la terrible
dan’ing chin’ing. Había que hacer algo y pronto, don Otilio procedió a elaborar
la ofrenda al Diablo que consistía en comida y sangre de cualquier animal,
junto con la figura del Diablo realizada en barro, en la que se le representaba
vestido de rojo, con ancho sombrero, cigarro en la boca –pues el tabaco le
gusta sobremanera- y montado en cuaco alazán.
Este ritual sería suficiente
para que el Diablo se alejara del cuerpo de Nts’aung. Pero no fue así, y a los
cuatro días nuestro amigo moría deshidratado, dolorido, hinchado, y con
terribles delirios.
Lo enterraron en el mismo
camposanto donde había visto al Diablo, y donde él mismo, en un momento de mal
entendida valentía, había retado al Chamuco que no perdona a nadie ni deja
títere con cabeza. Acabada la historia, el abuelo pame se despidió de mí y
nunca más he vuelto a verlo.
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