Había una vez una mujer
mestiza llamada Gloria que vivía en la Huasteca Veracruzana, situada hacia el
extremo norte del estado, en la zona conocida como la Huasteca Baja.
Gloria estaba casada con un
abogado llamado Eduardo que era todo bondad y dulzura, tan bueno se le
consideraba que las persona decían que había equivocado la profesión y que
debió haber sido sacerdote.
Todo lo bueno que tenía don
Eduardo, en su esposa Gloria se convertía en maldad.
La pobre señora estaba muy
amargada, pues a pesar de ser guapa y de contar con medios económicos solventes
no podía ser feliz, ya que después de llevar diez años de matrimonio, no había
podido tener un hijo, al que tanto deseaba.
Don Eduardo se tomaba el
infortunio tranquilamente, pero no así Gloria que vivía sumida en la
desesperación y en el tormento.
En las afueras de la ciudad
en la que residía la pareja, se encontraba una zona habitada por indígenas
huastecos.
En ella vivía un matrimonio
que contaba con cuatro hijos; el menor era una pequeña niñita de tres años de
edad llamada Tai.
La niña tenía los ojos
negros y rasgados, la piel morena como jarrito, el pelo lacio y terso como la
seda. En una palabra, Tai era tan bella que todos la envidiaban.
La madre de Tai, Rosenda,
solía ir al tianguis de la ciudad a vender las frutas y verduras que cultivaba
para aumentar el poco gasto que su marido le daba. Siempre estaba en su puesto
de buen humor.
Cierto día en que Gloria
acudió a hacer sus compras semanales, se dirigió al puesto de la madre de Tai
para comprar guayabas.
En cuanto se acercó, lo
primero que vio fue a Tai y se quedó estupefacta ante tanta belleza.
La miró y la miró durante un
rato tan largo que Rosenda empezó a temer que le ocasionase a su hija el fatal
waleklaab, el mal de ojo tan temido cuando un mestizo o una mestiza que tiene
ojos poderosos, ven en demasía a un infante, a un animal o a alguna planta.
Y efectivamente, tanto vio
Gloria a la niña con envidia, admiración y deseo de que fuese su hija que la
pequeña recibió el waleklaab con toda su fuerza.
Aunque Rosenda trató de
protegerla escondiéndola bajo el puesto, el mal ya estaba hecho.
Al otro día, Tai presentaba
achicamiento de sus ojitos, debilidad, diarrea, náusea, vómito y una gran
tristeza. Inmediatamente, los padres llamaron al curandero del pueblo para que
curase a Tai del mal de ojo provocado por la fuerte mirada y la envidia de
Gloria.
Una vez confirmado el mal de
ojo, don Facundo procedió a “barrer” a la niña con waleklaab ts’ohool, una
planta especial para estos casos.
Sin embargo pasaron seis
días y la niña seguía enferma.
Al séptimo día Tai murió en
brazos de su madre, víctima de la mirada diabólica de la malvada Gloria, la
yerma.
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