En el México antiguo existía
un espíritu llamado Tlacanexquimilli. Era como un bulto de cenizas, un muerto
amortajado, no tenía puestos los pies ni la cabeza, pues andan rodando por el
suelo y emitiendo terribles gemidos que ponían los pelos de punta.
Se creía que este espíritu
era una ilusión de Tezcatlipoca. Aquel que tenía la desgracia de verlo, daba
por seguro que pronto moriría, bien en la guerra bien de enfermedad. Y tal era
la magnitud del miedo que sentía que irremediablemente moría.
Si el Tlacanexquimilli se le
aparecía a un valeroso soldado, le decía: ¿Quién eres tú?, ¡Háblame, mira
no me dejes de hablar que ya te tengo asido, y no te tengo de dejar! Entonces,
el guerrero le preguntaba al espíritu lo que deseaba, que se lo dijera porque
ya lo tenía atrapado.
El espíritu preguntaba a su
vez que era lo que le daría el guerrero, quien le ofrecía una espina.
Tlacanexquimilli la rechazaba alegando que una espina no valía nada. Pero el
guerrero insistía: le ofrecía dos, tres, hasta cinco espinas; el espíritu las
aceptaba y el guerrero se iba muy contento, pues era creencia generalizada que
si el Tlacanexquimilli se le aparecía a los guerreros, estos tendrían buena
fortuna en la vida, siempre y cuando no lo soltaran.
Así pues, el guerrero se iba
muy contento, pues había oído las sabias palabras que aún resonaban en sus
oídos: ¡Te doy toda la riqueza que deseas. Para que seas próspero en el
mundo!
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