Ya Yägi, ser fantástico que
adopta la forma de un relámpago y atrae las lluvias, se encarga de alumbrar el
camino de los aires diminutos e invisibles que andan por la Tierra y provocan
las enfermedades. Los otomíes de la Sierra Norte de Puebla le temen mucho.
Doña Catarina, tejedora de
su comunidad, reconocida por su destreza, conocía muy bien a Ya Yägi y a los
malignos aires, trataba de cuidarse de ellos y evitaba los ojos de agua y las
cuevas donde acostumbran morar.
Sin embargo, un mal día Doña
Catarina fue a entregar a Cuetzalan a la tienda de un mestizo, morrales tejidos
que había elaborado. Al regreso, le fue imposible evitar una cueva.
Aunque trató de pasar lo más
lejos posible porque ya era de noche, el Señor de los Rayos, guió a los malos
aires para que persiguieran a la tejedora hasta atrapar su cuerpo en el cual se
metieron convertidos un vaho nocivo.
Cuando la tejedora llegó a
su casa le dolía todo el cuerpo y lo sentía como paralizado, la calentura era
muy elevada, los ojos le molestaban, vomitaba y sentía convulsiones terribles.
La piel se le puso roja y
ampollada, tenía palpitaciones y los labios dormidos. Poco a poco, su cuerpo
empezó a desintegrarse hasta que se convirtió en un montoncito de polvo, ante
los aterrados ojos de su esposo, don Narciso.
Sin saber qué hacer, el
esposo llamó al curandero para que le aconsejara lo que procedía, a lo que
respondió que ya nada podía hacerse, ya que era demasiado tarde, pero que podía
enterrar las cenizas atrás de la casa y esperar a ver qué pasaba.
Así lo hizo Narciso. Pasados
dos meses, de la tierra donde se encontraba doña Catarina brotó una planta de una
belleza espeluznante.
Medía casi dos metros de altura
y tenía la particularidad de emitir unos siniestros sonidos semejantes al
lamento de los malos aires.
Todo el pueblo se enteró de
lo acontecido y acudió a la casa de don Narciso a llevar copal y flores que las
personas colocaron cerca del arbusto que gemía.
Desde entonces, al arbusto
es venerado y hombres y mujeres acuden a rogarles que los preserve del Señor de
los Rayos y de los aires diminutos e invisibles que causan tanto daño.
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