En el pueblo de San Esteban
de la Nueva Tlaxcala, en el estado de Coahuila, vivía don Juan Solís, español
muy estimado por sus vecinos los colonos tlaxcaltecas. Hombre de muy bien
llevados sesenta años, estaba casado con una mujer más joven que él a la que
adoraba, y con la cual había procreado un hijo muy apuesto que contaba con diez
y ocho años de edad.
La esposa era bella y
decente, por lo que todas las personas consideraban que don Juan llevaba una
vida feliz y sin problemas. Pero no era así; pues el caballero pensaba que su
esposa le era infiel.
Un día que regresaba a su
casa por calles oscuras y solitarias, don Juan sintió que alguien lo seguía.
Volteó, presto a sacar la
espada, cuando un hombre de mediana edad y de vestimenta modesta le saludó
respetuosamente, dijo llamarse Blas Cazares y haber conocido al padre,
al abuelo y al hijo de don Juan.
Al llegar a la esquina de la
Calle del Mezquite, el español trató de despedirse, pero Blas le interrumpió y
le dijo que conocía la pena que lo embargaba por creer que su esposa le era
infiel.
Don Juan se enfadó y reclamó
a Blas el que se metiese en cosas que no le importaban.
Sin hacerle caso el
desconocido afirmó que dentro de cuatro días podría presentarle las suficientes
pruebas de que su esposa le era o no infiel.
Don Juan aceptó y quedaron
de verse cumplido el plazo. En seguida, Blas desapareció misteriosamente.
La noche del cuarto día, don
Juan, picado por la curiosidad y los celos, acudió a la calle de la cita.
De pronto se apareció Blas.
Apresuradamente el español le cuestionó, a lo que el tlaxcalteca respondió que
efectivamente su esposa le era infiel. Al exigir pruebas, Blas
Cazares le dijo
que al día siguiente inventara un viaje, y que por la noche se ocultara en
algún portal cercano a su casa, para que viera al hombre de capa larga que
pasadas las doce de la noche se introducía en su casa.
Dicho lo cual Blas
desapareció tragado por las sombras. Al día siguiente, el español anunció a su
mujer que debía partir en comisión oficial a Santa María de las Parras por una
semana.
Al llegar la medianoche, don
Juan se escondió como le fuera indicado; al poco rato escuchó unos pasos que se
dirigían a su hogar, vio al hombre de la capa y sombrero calado que llamaba
tres veces a la puerta, don Juan salió de su escondite, y al momento en que se
abría la puerta clavó su espada en la espalda del hombre que cayó en brazos de
la esposa.
Al ver al cadáver la pobre
mujer gritó: ¡Infeliz desgraciado. Has matado a mi hijo! Al darse cuenta de lo
cometido, el padre lanzó un espeluznante grito y corrió calle abajo… se había
vuelto completamente loco.
Poco tiempo después recobró
la razón. Las autoridades investigaron y supieron que ningún Blas Cazares había
vivido nunca en San Sebastián la villa de Santiago de Saltillo y que nadie la
conocía.
Blas nunca apareció, pues
todo había sido un nefasto plan preparado por Lucifer, el enemigo malvado para
causar un daño irreparable al celoso hombre.
Desde entonces la calle
donde viviera la desdichada familia, recibió el nombre del El Callejón del
Diablo.
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