sábado, 5 de septiembre de 2015

LA MUJER INFIEL



En el pueblo de San Esteban de la Nueva Tlaxcala, en el estado de Coahuila, vivía don Juan Solís, español muy estimado por sus vecinos los colonos tlaxcaltecas. Hombre de muy bien llevados sesenta años, estaba casado con una mujer más joven que él a la que adoraba, y con la cual había procreado un hijo muy apuesto que contaba con diez y ocho años de edad.

La esposa era bella y decente, por lo que todas las personas consideraban que don Juan llevaba una vida feliz y sin problemas. Pero no era así; pues el caballero pensaba que su esposa le era infiel.

Un día que regresaba a su casa por calles oscuras y solitarias, don Juan sintió que alguien lo seguía.

Volteó, presto a sacar la espada, cuando un hombre de mediana edad y de vestimenta modesta le saludó respetuosamente, dijo llamarse Blas Cazares y haber conocido al padre, al abuelo y al hijo de don Juan.

Al llegar a la esquina de la Calle del Mezquite, el español trató de despedirse, pero Blas le interrumpió y le dijo que conocía la pena que lo embargaba por creer que su esposa le era infiel.

Don Juan se enfadó y reclamó a Blas el que se metiese en cosas que no le importaban.

Sin hacerle caso el desconocido afirmó que dentro de cuatro días podría presentarle las suficientes pruebas de que su esposa le era o no infiel.

Don Juan aceptó y quedaron de verse cumplido el plazo. En seguida, Blas desapareció misteriosamente.

La noche del cuarto día, don Juan, picado por la curiosidad y los celos, acudió a la calle de la cita.

De pronto se apareció Blas. Apresuradamente el español le cuestionó, a lo que el tlaxcalteca respondió que efectivamente su esposa le era infiel. Al exigir pruebas, Blas 

Cazares  le dijo que al día siguiente inventara un viaje, y que por la noche se ocultara en algún portal cercano a su casa, para que viera al hombre de capa larga que pasadas las doce de la noche se introducía en su casa.

Dicho lo cual Blas desapareció tragado por las sombras. Al día siguiente, el español anunció a su mujer que debía partir en comisión oficial a Santa María de las Parras por una semana.

Al llegar la medianoche, don Juan se escondió como le fuera indicado; al poco rato escuchó unos pasos que se dirigían a su hogar, vio al hombre de la capa y sombrero calado que llamaba tres veces a la puerta, don Juan salió de su escondite, y al momento en que se abría la puerta clavó su espada en la espalda del hombre que cayó en brazos de la esposa.

Al ver al cadáver la pobre mujer gritó: ¡Infeliz desgraciado. Has matado a mi hijo! Al darse cuenta de lo cometido, el padre lanzó un espeluznante grito y corrió calle abajo… se había vuelto completamente loco.

Poco tiempo después recobró la razón. Las autoridades investigaron y supieron que ningún Blas Cazares  había vivido nunca en San Sebastián la villa de Santiago de Saltillo y que nadie la conocía.

Blas nunca apareció, pues todo había sido un nefasto plan preparado por Lucifer, el enemigo malvado para causar un daño irreparable al celoso hombre.

Desde entonces la calle donde viviera la desdichada familia, recibió el nombre del El Callejón del Diablo.

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