Este sucedido no me pasó a
mí sino a mi hermano Javier.
En aquel entonces, cuando le
sucedió este hecho, hace como cincuenta años, él era ingeniero agrónomo y
viajaba mucho por todo México.
En una ocasión fue a hacer
unos trazos a una carretera en el estado de Puebla; como estaba recién casado
llevó a su esposa, e iban también como tres macheteros, sus ayudantes.
Así pues, iban en el carro
por la carretera cuando empezaron a oír unos ruidos raros, como cuando las
llantas levantan mucha grava. Entonces, uno de los macheteros le dijo a mi
hermano: -“Ingeniero, vámonos regresando porque por aquí espantan muy feo; no
vayamos a tener una experiencia fea, porque ya van dos choferes que mueren en
este tramo”-
Mi hermano, escéptico, le
contestó: -“No, hombre, ¿qué te pasa?, no hay nada, no pasa nada”-
Siguieron avanzando y
seguían los ruidos, pero peor todavía, como si echaran grava al carro.
En eso llegaron a un lugar
en donde estaba la roca cortada: a la derecha era un desfiladero, a la
izquierda el cerro.
Ya no había cómo pasar: -“Bueno,
¡ahora qué! Yo sabía que seguía la carretera, y ya no podemos seguir, está
cerrado, está el cerro, no podemos ni siquiera tratar de regresar porque está
el precipicio”- dijo mi hermano.
Eran como las dos de la
mañana. –“Bueno, no hay más remedio que quedarnos aquí”- propuso mi hermano. –“¡Pero,
ingeniero…! No podemos regresarnos, no sé por dónde dar vuelta al carro, no sea
que nos vayamos al precipicio”-
Se quedaron todos
acurrucados en el carro, porque los trabajadores tenían un miedo tremendo.
Se quedaron allá hasta el
amanecer.
Cuando amaneció y hubo luz,
vieron con sorpresa que no había ningún cerro que tapara la entrada, la
carretera seguía, y tampoco había ningún precipicio… ¡A saber qué engaño
terrible les tenían las fuerzas del mal!
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